Dios y la obra misionera
Cuando hablamos de Dios y la obra misionera es indispensable entender que la Misión no es nuestra y no pertenece a ningún proyecto privado. Estamos hablando de la misión de Dios. (Jn: 1:1) En el principio era el Verbo y el Verbo era Dios.
La Misión de Dios
Durante los siglos anteriores se entendió a la misión en una variedad de formas. Se la interpreta como salvar a los individuos de la condenación eterna, otros la entendían en términos culturales, como introducir a las personas del Oriente o del Sur a las bendiciones y privilegios del Occidente cristiano. Muchas veces se la percibe en categorías eclesiásticas, como la expansión de la Iglesia o de una denominación específica
Karl Barth se convirtió en uno de los primeros teólogos en articular la misión en términos de una actividad de Dios mismo. Entendió la misión como algo derivado de la misma naturaleza de Dios. Esto la colocó en el contexto de la doctrina de la Trinidad, no de la eclesiología o la soteriología. La doctrina clásica sobre la missio Dei (misión de Dios) como Dios Padre enviando al Hijo, y Dios Padre y el Hijo enviando al Espíritu Santo se amplió para incluir un «movimiento» más: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo enviando a la Iglesia al mundo. La misión es de Dios y el énfasis en la cruz impide cualquier posibilidad de comodidad misionera. La misión es un atributo de Dios. Dios es un Dios misionero. Se concibe la misión, entonces, como un movimiento de Dios hacia el mundo; se concibe a la Iglesia como un instrumento para esa misión. Existe la Iglesia porque existe la misión, y no al revés. La Iglesia es misionera por su misma naturaleza porque «tiene su origen en la misión del Hijo y del Espíritu Santo». Participar de la misión es participar en el movimiento del amor de Dios hacia las personas, porque Dios es fuente de un amor que envía.
El término missio Dei nos ayuda para articular la convicción de que ni la Iglesia ni ningún otro agente humano pueden considerarse como el autor o portador de la misión. La misión es primera y finalmente la obra del Dios trino, Creador, Redentor y Santificador, por causa del mundo; un ministerio en el cual la Iglesia tiene el privilegio de participar. La misión nace en el corazón de Dios. Dios es una fuente de un amor que envía. Este es el sentido más profundo de la misión. Es imposible penetrar más allá; existe la misión sencillamente porque Dios ama a las personas.
Compilación de Jhon Stott, Carlos Scott.